Cuando creces dentro de una familia de aerosoleros
¿Cuántas personas tienen la oportunidad de saber cómo funciona o qué es un aerosol? Creo que muy pocas los saben, pero creo que también a muy pocas personas el tema las deja sin sueño, a pesar de ser un instrumento de empaque que muchos utilizamos varias vece durante el día.
El abanico de posibilidades de usos del aerosol es tan extenso que nos ayuda, desde dejar un peinado de salón con el corte más sofisticado hasta matar cucarachas. Cabe aclarar que los gritos que provocan cada una de las situaciones no se relacionan para nada con el aerosol o el producto dispersado; ni del grito de la señora al ver el peinado que no le gustó y ya se quedó sin tiempo para modificarlo antes de la boda, ni del grito de espanto al ver a la pobre cucaracha rondar tan campante por la cocina.
El aerosol acompaña a las personas durante varias veces al día. Es un producto que no discrimina género, edades ni oficios. ¿Entonces por qué es que a casi nadie le interesa qué hay de magia en ese botecito? ¿Por qué somos felices mientras nuestro botecito hace “pppssshhh” y nos enojamos tanto cuando nada más sale un “pppfff” todo desganado? Las respuestas son muy sencillas. La primera obviamente es: “¿Para qué quiero saber cómo funciona un aerosol mientras mi desodorante me proteja todo el día?” y la segunda es porque no crecieron en una familia de aerosoleros.
Yo tuve la suerte de estar en el grupo de los que crecimos rodeados de aerosoles y sus componentes. Mi contacto con los aerosoles data desde mis primeros años en los que recuerdo mis travesuras hasta hace pocos años, en los que mi carrera y vida profesional giraba en torno a los aerosoles. Yo fui uno de esos afortunados que construían torres con tapas de aerosol y jugaban a rellenar globos con balines de metal. Fui de esos niños que jugaba a dejar correr latas de aerosol por la calle y también fui de esos niños que se divertía cambiando las válvulas y viendo las diferentes formas de dispersión de los productos.
Podría decirse que era yo feliz jugando con las mermas que mi papá me traía cada día de la planta de llenados que tenía en este entonces. Queda por demás decir que nunca me decía que me traía “mermas” para jugar, al contrario, me decía que eran juguetes tan raros que nadie más los tenía. Obviamente le creía y hasta jugaba con las ramas que sobraban de la inyección de plástico de las tapas (capuchones) para las latas de aerosol.
En el próximo número de AEROSOL la revista presentaré la segunda parte de esta entrega, donde contaré cómo aprendí a regaños algunas lecciones para utilizar los aerosoles de manera correcta en vez de usar el desodorante como soplete, por ejemplo.