Cuando creces dentro de una familia de aerosoleros (segunda de dos partes)
No puedo negar que también fui uno de esos niños que aprendieron a regaños y llamadas de atención y uno que otro pellizco las siguientes lecciones:
- Los aerosoles no sirven para matar insectos. Claro que los insecticidas sí sirven para ello, pero un desodorante en aerosol no está diseñado para ser utilizado como soplete para que un niño corra tras las moscas y demás insectos y los trate de matar de un flamazo y menos para que lo haga dentro de la casa, cerca de las cortinas de tela en la sala.
- Los aerosoles no sirven para jugar al súper héroe. Los aerosoles nos pueden sacar de un apuro, como es el caso de los “afloja todo” o sus némesis “los pega todo”. No le recomiendo a ningún niño que juegue a tener súper poderes y utilice el fija pelo de su mamá como si fueran rayos de poder expulsados por los dedos.
- Los aerosoles no sirven para asar malvaviscos. Nuevamente, durante mi época empírica me enfrente con otro regaño. Dado que formaba parte de los Boys Scouts, jugaba a mi fogata rociando el desodorante de mi papá por todo el piso y le prendía fuego. La flama duraba casi nada, ni siquiera lo suficiente para poder quemar mi malvavisco, que por cierto sabía horrible con la sazón de “hombre dinámico”, pero el regaño sí duraba mucho más.
Luego de tantos desencantos, mi interés por los aerosoles y su funcionamiento fue disminuyendo cada vez más, hasta que regresaron a ser parte de mi vida durante la adolescencia. La publicidad y mercadotecnia de los años 80’s, en la cual se resaltaba la libertad, la sensualidad y la rebeldía, lograron que me volviera a interesar por el desodorante que me iba a hacer atractivo, por el fija pelo que me iba a ayudar a obtener los peinados extravagantes del pop-punk y la espuma de afeitar que me hacía sentir ya todo un hombre (aunque igual me cortaba toda la cara cada rasurada).
Después de mi constante fracaso como casanova, hombre audaz y sobre todo, nada de joven libre de preocupaciones, decidí unirme al grupo de aquellos, a quienes mencionaba al inicio de este texto: los que no saben ni se interesan en saber qué es un aerosol. Es más, en cierto momento mi papá casi sufre de un infarto (en sentido figurado) cuando salí en un periódico con una cartulina en una manifestación callejera. Hasta la fecha no sé qué le dolió más, el que saliera como hippie activista en el periódico, mis errores de ortografía o la idea errónea sobre el aerosol, producto que nos sostenía económicamente a la familia.
Quién me iba a decir que una década más tarde estaría yo trabajando en la empresa familiar y me iba a dedicar durante varios años a inyectar tapas de aerosol para todo tipo de envase y producto. Ahí aprendí lo que era un aerosol y para qué servían cada uno de sus componentes. También ahí aprendí que mis antiguos juguetes no eran juguetes sino componentes de un empaque ingenioso y práctico.
Tampoco me imaginé que el aerosol fuera la causa de grandes momentos y satisfacciones en mi vida profesional. Desde ser un pequeño proveedor, hasta participar activamente dentro de la Industria del Aerosol. ¡Vaya, hasta en el extranjero pude dar una conferencia sobre el tema!
Lo que no puedo negar es que creciendo en una familia de aerosoleros pude desarrollar mi imaginación y jugar; ingenua, pero alegremente en mi mundo de niño.
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Atte:
Un agradecido exaerosolero (Sobrino de un exaerosolero, hijo de un exaerosolero, nieto de un exaersolero).