¿Cuándo nos tomamos una tacita de café?
La taza para el café o el té, a través de la historia nos ha ido acompañando de distintas maneras, pero siempre ha tenido un significado místico en nuestras vidas. Desde los memes de tazas de café que circulan de manera especial los lunes, los de las tazas de té que vemos cuando alguien se encuentra resfriado, hasta las tazas de tamaño “gigante” con nuestros nombres grabados, o con la imagen de algún lugar que visitamos y que cargamos heroicamente durante todo ese viaje; o la taza de peltre que aún se encuentra en alguna de nuestras cocinas. Todas tienen una historia que contar.
No bastó con que Mrs. Potts en la versión animada de la Bella y la Bestia, cuidara tiernamente de Chip, esa tacita con su filo roto recordando alguna travesura, o las tazas vueltas locas disfrutando de un “Feliz no cumpleaños” en la también versión animada de Alicia en el país de las Maravillas, para que nuestra imaginación dejara de girar en torno a una taza, ahora las vemos en comerciales con diferentes significados; amor, cariño, calor, estatus social, salud y estado emocional.
Las tazas ya sean de fina porcelana china, que causaron furor en la sociedad europea del siglo XIII, de porcelana producida en la misma Europa, en Baviera, o las tazas más sencillas que fueron llenando las cocinas de todas las casas sin importar el estatus social; hasta las tazas de metal que estuvieron acompañando a los soldados en diversas guerras del siglo XX, todas ellas nos transmiten de una manera atemporal, una sensación de calma, compañía y consuelo.
¿Dónde colocar ahora las tazas dentro del marco de nuestra cotidianeidad y un mundo tan apresurado? Hace días, mi mamá quería entregarme las tazas que habían sido de mis abuelos y de los suyos, unas verdaderas obras de arte con el filo de oro y un peso casi imperceptible. Le agradecí el detalle de obsequiármelas y sin pensarlo contesté: –No gracias, no tengo dónde colocarlas- Noté cierto desencanto en su mirada, pero aún más, descubrí en su silencio un desentendimiento de mi poco valor hacia las tazas.
Manejando de regreso a casa, me puse a pensar en lo que había sucedido. ¿Por qué ese valor tan especial a las tazas? ¿Qué había dicho mal? ¿Tenía que haberlas aceptado? La realidad es que las tazas de café ya han ido perdiendo su lugar en nuestras casas, y en especial en nuestras vidas. Recuerdo cómo de adolecente me sentía socialmente importante de ir a tomar una taza de café con mis amistades; de niño disfrutar una taza con chocolate; de adulto tomar una taza de té con mi abuela, y más adelante sentirme sofisticado al pedir una taza de café expreso acompañado de un digestivo en una cena. Ahora veo mis gavetas y guardo cuatro sencillas tazas nada más, de las que ya no tengo memoria cuándo fue la última vez que utilicé.
El día a día ha hecho que lo normal sea tomar un café en un vaso de unicel o desechable, con un cartón como cintillo para no quemarnos; a llenar un termo de café y caminar con él por toda la oficina. Tomarse una taza de café ahora es un lujo, no por el material, sino por el tiempo que requiere. Recuerdo con amistades siempre decir que “nos vamos a tomar una taza de café y platicamos”, “no hay pena o problema que no se solucione con una buena compañía y una buena taza de café”. Ahora, estas frases han pasado a ser simplemente cortesías. Las decimos pero sabemos que nuestras agendas no tienen espacio para ellas y a veces hasta pensamos: “Ni tiempo para una taza de café”.
En verdad que la taza es una de las compañeras más fieles en nuestras vidas, ahí van a estar cuando realmente las necesitemos, para darnos un momento de “calor”. Gustos tan sencillos como sentarnos a tomar una taza de café las hemos dejado por los “tiempos de entregas” y las “fechas límites”. Ojalá y las tazas no se cansen de esperarnos a que regresen a nuestras vidas y acaben desvaneciéndose, por lo pronto, al menos por esta vez, me tomaré una taza de café con toda calma y pensando en los momentos felices y las personas con las que he compartido alguna vez un momento de calma, confidencia, confianza y cariño, sosteniéndola con ambas manos para que el momento sea más íntimo.