¿Dueño de mis quincenas? ¡Qué iluso!

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En México utilizamos la expresión “dueños de nuestras quincenas” para referirnos, normalmente, a que uno es soltero y puede gastar su dinero a su antojo. Así mismo, utilizamos la palabra “quincena” o “la quincena” para referirnos al pago que recibimos cada quince días a cambio del sudor de nuestra frente. (El artículo “la” se antepone para dar importancia o énfasis, especialmente cuando ya empezamos a buscar el último centavo en la ropa que está guardada).

Hace unos días unos amigos me decían que envidiaban precisamente porque yo era “dueño de mis quincenas”. No sé si en realidad lo que me envidiaban era que no tenía que estar con el teléfono reportándome cada media hora o a que no tenía que ir, después de nuestra reunión a comprar cosas para la casa. Claro está que en ese momento me sentí honrado por el comentario y hasta invité la cuenta, pensando en apoyarlos dado a todas sus responsabilidades (Esposa, casa, hijos, mascotas y demás).

El rudo despertar de mi “sueño guajiro” llegó a los pocos días, al darme cuenta de que yo no era dueño de mis quincenas. En realidad, mi día a día ha generado una gran lista de acreedores que poco a poco se han ido apoderando de mis quincenas. Te vas dando cuenta que hay menos latas de anguilas y aceitunas y más de atún, las botellas de vino en la casa se sustituyen por botellas de cervezas, menos camisas nuevas y más playeras, no te rompes la cabeza seleccionando la corbata porque ya no has comprado, y mucho menos hay una gran colección de lociones listas para ser aplicadas como insecticida cada mañana.

¿Pero por qué estoy en esta situación? ¿Qué cambió? ¿La inflación? ¿La deflación? ¿El cambio climático? ¿Los pandas virales en Facebook? Después de descartar todo lo anterior caí en cuenta que no vi venir el acta de matrimonio bajo el régimen de bienes mancomunados que firmé a la hora de adquirir mi teléfono, “no tan inteligente” y empezar a descargar y activar una gran cantidad de aplicaciones. No me imaginé que lo que empezaba con un pequeño “Vamos a ver de qué se trata” se puede convertir en toda una renta.

Poco a poco dejé de usar mi coche, por la comodidad de una aplicación que en cinco minutos pone en mi puerta un coche con una botella de agua, dejé de salir a caminar por estar con una aplicación que me “renta” películas y series. Empecé a comprar boletos para el cine, conciertos o teatro sin previamente haber planeado asistir a dichos lugares. ¡Vaya! Empecé a ordenar cosas que ni necesitaba al supermercado y la farmacia, todo por usar la aplicación y sentir cierto éxtasis al ver en mi pantalla “su orden ha sido procesada”, “su compra se ha realizado con éxito” y claro, el pilón que no puede faltar “¿Desea ordenar algo más?” y, como diría mi abuela: “vuelve la mula al trigo”.

¿En qué momento dejé de ser yo el dueño de mis quincenas y le pasé privilegio a las apps? Es cierto que las apps nos facilitan la vida, pero se han convertido en dueñas de nuestras quincenas o vidas, ya sea que seamos casados, solteros, viudos o divorciados. Las aplicaciones no dan tregua a nadie. La facilidad de adquirir todo tipo de artículos mediante aplicaciones ha hecho que perdamos, muchas veces, el control y buen manejo de nuestros recursos.

Hay que saber poner un alto al uso de las aplicaciones y retomar el control de lo nuestro, es decir, de nuestra forma de vivir y forma de ser. Por cierto que si alguien sabe de una aplicación que me ayude a ahorrar por una módica cuota mensual, ¿me podría compartir la información por favor?

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